El diablo llega a casa {Jennifer

Me despertaba de una pedazo siesta. Desde las cuatro de la tarde hasta las ocho. No solía dormir la siesta pero tampoco me suelo despertar muy temprano y hoy porque a mi madre le apetecía de que alguien debía de ayudar a no se qué cosa pues tuve que despertarme temprano. Tuve que recuperar y sumar horas en la siesta. Me levanté y corrí hasta la cocina dónde cogí una buen tazón de leche con cereales que me terminé en cuestión de pocos minutos. Luego me vestí de forma decente, bueno en realidad con lo primero que pillé para poder estar a gusto.

Cogí mi ordenador y enchufé el juego del Diablo III. La cosa era bastante fácil pero me lo tenía que pasar si o si. No me quedaba sin ver ese final, decían que era muy corto y que por lo menos en dos-tres días podría estar pasado, yo me lo empecé hará un día, quizás solo lo empecé con media hora pero bueno, ¿qué importaba? Como puro viciando me quedé mirando cada esquina de mi pantalla, divagando con el ratón para mover aquello, el juego me tenía totalmente enganchado.

Llegué a un nivel avanzado y... llamada a la puerta. Mamá no se dignaba a abrir, gritaba mi nombre para que fuese yo, por lo que me quedé totalmente desolado soltando un leve suspiro. - Te odio -. Me acerqué corriendo hasta la puerta y sin mirar por el mirador de la puerta abrí. No esperaba a nadie así que cuando vi a Jennifer allí parada me quedé alocado. Espera claro, ella venía cuando le apetecía darme una visita, nunca avisaba. - ¿Qué haces aquí? ¿Quieres pasar? - pregunté proponiendo con una sonrisa que raramente se me veía, se debía a que era de mis mejores.. era mi mejor amiga, y se podía decir que la única porque los demás me importaban bien poco.

Salí al pleno sol de mediodía después de comer en el apartamento que compartía todavía con la comida en la garganta, bueno, comida o desayuno pues me acababa de levantar. Miré a mi alrededor donde las calles estaban llenas de gente y todos parecían tener en mente dónde iban, me eché el pelo por detrás de las orejas y simplemente empecé a caminar a contracorriente sin mirar a nadie ni a nada. Odiaba esos días en los que no sabía que hacer, eran pocos, pero los odiaba, yo siempre tenía algún plan en mente aunque fuera una tontería pero aquella tarde lo único que se me ocurrió fue entrar a una tienda y comprar rosquillas. Me senté en un banco a la sombra y me comí unas cuantas hasta que el sol empezó a caer. Saqué el móvil y, aunque a mí no me lo pareciera, habían pasado ya unas cuantas horas.

Tiré la bolsa de papel de las rosquillas y en ese preciso momento se me ocurrió que podía ir a casa de Daniel, hacía tiempo que no lo veía, pensé en avisar pero, bueno, así le daba una sorpresa. "¿Por qué no se me habrá ocurrido antes?" pensé, así no tendría que haberme pasado la tarde sentada en un banco comiendo. Su casa no quedaba muy lejos de donde yo me encontraba así que decidí ir andado y así también me despejaría un poco pues sentía medio durmiendo después de tanta rosquilla.

Después de casi chocarme con varias farolas gracias a mi increíble capacidad de concentrarme en lo que tenía delante mientras caminaba llegué a su casa. Me paré en frente de la puerta y toqué al timbre. No pasaron unos escasos segundos cuando ya oí la voz de su madre gritando, esperé impaciente e intenté controlar el tic que siempre me daba en la pierna cuando esperaba de pie. Daniel abrió la puerta con una sonrisa a la cual yo correspondí, bueno, no le sonría a todo el mundo pero él era mi mejor amigo. -Oh, no, tranquilo, he venido a quedarme en la puerta -le contesté obviamente irónica -. Se me había ocurrido que no estaría mal venir a verte y, bueno, aquí estoy.

Cuando estaba de camino hasta la puerta yo me pensaba que iba a ser un repartidor de propaganda, un hombre de correos, quizás alguien de publicidad. Osea, nadie importante. ¿Por qué deseaba que fuese ese tipo de persona? Fácil, iba algo cabreado y soltar el cabreo con ese tipo de gente suele ser divertido, es en plan. "¿Qué? No quiero nada, hale adiós..." todo eso con cara de asco y viendo como se le va quedando cara de querer reventarme, pero evidentemente está de servicio, no puede hacerlo así que yo aprovecho. Alguna que otra vez lo he hecho, y me he sentido la persona más realizada de mi casa, sobre todo cuando llaman al teléfono intentando que nos cambiemos de compañía o cosas así, es divertido como los mareo pero siempre es un no.

Pero evidentemente no fue alguien de oficio, al menos esperaba que mi mejor amiga no fuese una chica que va vendiendo cosas. Pero vamos a esta chica como mucho la veo yo vendiendo los típicos pastelitos que venden las chicas esas de la acampada scout o como se diga, nunca he indavagado mucho en ello. Lo había escuchando en una serie de dibujos animados, si, amaba ese tipo de programación, esa y las series de comedias que echaban en la televisión de pago. -Ah bueno, ¿Quieres que me quede contigo o que? - Pregunté con una sonrisa, evidentemente le seguía el juego, sabía de sobra que estaba en ironía.

Pasa anda, que lo estás deseando - dije sin dejar de apagar mi sonrisa. Arqueé una ceja y abrí de par en par la puerta esperando a que pasase. -¿Quieres algo de comer? - pregunté porque venía a cuento, y porque pasábamos por la cocina. Bueno, y porque tenía hambre, que si, que había comido hace nada que me había zampado un pedazo tazón de leche con cereales pero tenía hambre, mi estómago era un no se qué sin fondo. No sabía que coso daban para esas cosas. Osea con coso quiero decir expresión. Cuando no me salen las palabras me lío.

Me hacía gracia que siempre que iba a su casa incluso antes de entrar oía a su madre gritarle a Daniel que abriera él, ya era casi como un ritual que me hacía tener que aguantar risa, no sabía si era coincidencia cuando iba yo o les pasaba siempre que alguien llamaba a la puerta, aunque entendía a su madre, yo siempre hacía lo mismo cuando no tenía ganas de moverme o simplemente por molestar, a no ser que fuera comida, entonces sí que iba yo, merecía la pena tener que pagar la comida si era la primera en probarla, y más si era pizza y la traían caliente, odiaba que fuera lo contrario, o que estuviera revuelta. ¿Qué les costaba ser un poco más cuidadosos en el camino de la pizzería al apartamento? Al fin y al cabo era su trabajo y mi comida, no se jugaba con mi comida, era algo con lo que, desde luego, no podía.

Dejé de maldecir a los repartidores de comida con el ruido de unas pisadas, la cerradura girando y la puerta abriéndose justo después. Aguanté un poco la risa y le respondí -Oh, no, tranquilo, solo quería avisa de que me iba a quedar en la puerta un rato, ni si siquiera he venido a verte a ti, vengo a ver a... -empecé a mirar a mi alrededor con un una risa reprimida -... vengo a ver al pomo de la puerta, está claro, ¿no? -Ahí sí que reí, aunque fuera un poco. - Bueno, voy a pasar, pero porque me lo estas pidiendo de rodillas. -bromeé mientras pasaba dentro de la casa pegándole flojo en el brazo.

-Bueno, hambre no tengo, la verdad, pero si me das un vaso de agua te lo agradecería. -respondí a su pregunta parándome en la puerta de la cocina y pasando como si fuera mi casa, bueno, pasaba bastante tiempo allí, así que conocía bastante bien la casa. - No me explico cómo siempre, a todas horas, puedes tener hambre. -Creo que era imposible que yo tuviera hambre después de las rosquillas aunque la verdad era que normalmente no le decía que no a algo de comer, aún así, llevaba sin beber nada unas cuantas horas y eso se me notaba pues no soportaba pasar mucho rato sin beber agua y menos si estaba fuera, por raro que fuera, bebía más, aunque fuera agua, cuando salía.

No te culpo, estoy seguro de que el pomo de la puerta te puede ser más divertido que yo - completé con una sonrisa mientras abría la puerta. Sabía que iba a entrar. Además yo deseaba que lo hiciese, seré un antisocial con la mayoría del mundo pero con ella era diferente, era de la única visita que me podía alegrar. Además se podía decir de que venía desinteresada. Conociéndome, pues bueno, los demás vendrían a pedir algo, que les diese los deberes, o algo así por el estilo. En fin, cualquier tontería menos ver mi careto, pero oye es bonico. -Debo decirte que seguramente aún poniéndome de rodillas podría ser igual de alto que tu, va no, no creo ser tan alto... en mi habitación hay otro pomo, por si quieres ver otro digo - comenté dejando escapar una risita tonta y dejaba cerrar la puerta cuando ella pasaba.

Entré a la cocina abriendo el refrigerador y recogiendo una botella de agua a temperatura fría y cogiendo un vaso de tamaño normal. Le eché el agua. - Si te quieres beber la botella entera por mi no hay problema, mi madre me obliga a beber más agua y menos cola, siempre le puedo decir que fui yo y la hago la mujer más feliz del mundo - dije arqueando una ceja y arrugando los labios. It's something - me vino a la mente. Bebía agua, lo justo y necesario. Si, cuando no quedaba cola en el refrigerador. Cuando era de noche, era la única vez que no me apetecía tomar algo con tantas burbujas. Algo es algo.

Abrí el armario recogiendo la cesta de dulces. Unos bollos sin relleno, de esos de mojar con leche que supuestamente tienen sabor a leche. Digo supuestamente porque simplemente están mas dulces que los panecillos y más suaves, mucho más, pero ni que el sabor de la leche se pudiese meter, ah no, ponía panecillos de leche. Cogí tres o cuatro y uno me lo metí directo a la boca. Cerré el armario y me quedé en el marco de la puerta escuchándola. - Soy un estómago sin fondo, ya sabes - dije con el panecillo en la boca y haciendo gestos con las manos. ¿Se me habría entendido? Lo dudo, pero yo había contestado.