Imagine the imagination ◖◗ Keynett A. Destrean

Sobre mis piernas cruzadas, en la denominada posición del indio, apoyaba mi cuadernillo de dibujo, trazando líneas, difuminando sombras y creando nuevas realidades con un simple lápiz. Sobre el papel plasmaba algo aleatorio, lo que cada una de mis neuronas decía que debía hacer, sin mucha meditación, sin encontrar un profundo significado al carboncillo con el que impregnaba el papel. Simplemente dejaba volar mi inspiración, revolotear allá donde fuera y regalarme vistas que yo sólo no habría conseguido, siquiera imaginado.

Eso no era crear por crear, dibujar por dibujar, si fuera así sólo haría garabatos sin sentido perdidos en la más pura incoherencia y estupidez. Lo que en aquel momento me atrevía a hacer era imaginar lo inimaginable, alcanzar ese paisaje que por mis propios senderos jamás hubiese llegado a presenciar; era utilizar eso que se escondía por algún lugar de mi mente, eso llamado casi-imaginación-y-más-sentir, ansiando que la propia experimentación me llevara al éxtasis y este a la obra maestra. Con esto no pretendo decir que buscase que otros valoraran ese dibujo como tal, sino yo mismo, el poder sentirme satisfecho con haber conseguido retratar otro aspecto de mi alma, de ese universo que cada ser vivo posee en su interior y que se expande según deje que la vida le enseñe.

Estaba sólo, comenzaba a anochecer y ya nadie parecía querer divertirse haciendo botar alguna pelota, que tampoco parecía mal, incluso bien. Yo había acabado allí en un impulso de encontrar un lugar perdido en lo más similar a la nada, no por estar sólo, sino por sentirme más acompañado por mí mismo, mientras me disponía a retratar algo que no me había atrevido siquiera a soñar. Y por eso, esa necesidad extraña de crear sentimientos en uno mismo, allí estaba, sentado con las piernas cruzadas sobre sí en una de las gradas, sintiendo el fresco comenzando a acariciar mi piel, colarse por debajo de mi sudadera gris manchada con cientos de pinturas diferentes ya imposibles de quitar; y el pantalón de chándal verde más suelto de lo normal, estirado por culpa de a saber qué. Mientras me mantenía con las zapatillas puestas, no quería sentir el aire, ni tener más movilidad, sólo estar allí sentado, terminando de dibujar aquel ser que se formaba bajo mi vocación y nacido de mi más pura imaginación.

La última línea se deslizó por el papel dejándome tras de sí aliar mi mirada a la de aquel extraño lince perdido en la psicodelia, mi afán por el arte africano y el vuelo de mis musas a lo largo de la ficción.

Dejé el cuaderno a un lado después de un largo día haciéndole compañía para dejar caer mi cabeza hacia detrás y mirar el cielo rosáceo destiñéndose lentamente al azul marino que unos cuantos minutos más tardes inundaría Los Ángeles en la noche.